El arranque de Conversación en la Catedral, novela cúlmine de Mario Vargas Llosa, plantea una interrogante que atravesará todo el texto y marcará transversalmente a los personajes. “En qué momento se jodió Perú”, se pregunta Santiago Zavala, el protagonista. Parafraseando al Nobel peruano, ¿en qué momento se jodió la U?
La tentación es decir que el cuadro azul se derrumbó desde el arribo de Azul Azul a la administración, pero eso no es rigurosamente cierto. Más allá de las posiciones respecto al rol de las sociedades anónimas deportivas en el fútbol nacional, el mejor momento de la U en su historia ocurrió bajo este rótulo.
La consecución de la Copa Sudamericana con una campaña brillante, el tricampeonato, las ventas millonarias de futbolistas, la edificación de un centro de entrenamiento de gran nivel. Un período luminoso sólo comparable con el Ballet Azul, que durante una década marcó la ruta de la actividad en nuestro país.
¿En qué momento se jodió la U? Es probable que el derrumbe empezó después de eso, precisamente cuando la cima estaba a la vista y la U miraba a todos desde arriba. Muchos argumentan que el gran problema de la actual directiva de Azul Azul es que son gente ajena al club, que no son hinchas ni simpatizantes azules. Recordar que dos de las administraciones que explican este forado fueron encabezadas por hinchas acérrimos del club: José Yuraszeck y Carlos Heller. Recordar que los dueños del Manchester City no eran hinchas del Ciudadano cuando eran chicos, tampoco los propietarios del PSG.
El gran problema que une a todas estas administraciones, la de hinchas y la de los no hinchas, es que no tienen claro la visión de club que significa comandar una institución tan grande y con tanto arraigo como Universidad de Chile. No puedes dirigir la U como diriges una empresa por una razón muy sencilla: la U no es una empresa. El fútbol es una industria que responde a otras dinámicas y el cuadro azul, particularmente, tiene una historia, una identidad, una base que nunca fue considerada.
Cuando las directivas de la U confundieron el presidir un club con ganar cuotas de poder, comenzó el hundimiento. Cuando tomaron el rol para cumplir un sueño, o un capricho, el desplome se hizo inevitable. Cuando le abrieron la puerta a representantes, agentes que cobraban millonarias comisiones por llevar a jugadores de discreto nivel, el despeñadero estaba a la vista. Y ahora, cuando se esconde la pelota, cuando se sumerge la verdad en lo más recóndito, cuando se desprecian las divisiones inferiores, cuando no se respeta el escudo, la historia, la bandera, la afición, la fidelidad de una de las hinchadas más apasionadas del país, el descalabro golpea la puerta sin avisar.
Porque lo peor que le puede pasar a la U no es descender. Lo peor que le puede pasar es que siga bajo estos parámetros, donde lo que se busca es bajar el precio de las acciones y convertir a un equipo inmenso en un botín codiciado y más barato que hace algunos años.
¿En qué momento se jodió la U? Cuando olvidaron que su principal activo está en el nombre más noble de la república, cuando se olvidaron de Leonel, del Tanque, del Pulpo, del Memo, del Fifo, de Mariano, del Matador, de Superman. Cuando pensaron que la U empezó con ellos y olvidaron el activo más grande que tienen: una hinchada que los acompañó en los peores momentos, que demostró que es capaz de aguantar malos resultados, pero que no tolera que se olviden lo que hay más allá del horizonte.