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Columna de Opinión

La paz imposible: Ucrania, Rusia y el peso de las guerras de conquista

Claudio Coloma, doctor en Ideología y Análisis del Discurso, Universidad de Essex.

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  • Diario Usach

  • Martes 30 de diciembre de 2025 - 10:52

El reciente encuentro entre los presidentes de Ucrania, Volodímir Zelenski, y de Estados Unidos, Donald Trump, en La Florida, lejos de despejar el camino hacia una salida negociada del conflicto, confirma una realidad incómoda que muchos actores occidentales prefieren no mirar de frente: un acuerdo de paz entre Ucrania y Rusia parece hoy poco probable, al menos en el corto plazo. No por falta de reuniones, propuestas o declaraciones, sino porque las posiciones de fondo siguen siendo, en lo esencial, irreconciliables.

Existe un dato de la realidad que Ucrania y sus aliados europeos se resisten a aceptar públicamente: Rusia ha ganado la guerra en términos militares. Esto no es una afirmación normativa ni una justificación política, sino una constatación estratégica. Moscú ha consolidado el control sobre territorios ucranianos y ha demostrado capacidad para sostener esa ocupación. Cualquier acuerdo de paz mínimamente realista deberá reconocer ese hecho y traducirlo en un articulado que, guste o no, legitime la nueva situación territorial ante el sistema internacional. Sin ese reconocimiento, no habrá paz, sino una prolongación indefinida del conflicto por otros medios.

La distancia entre las propuestas actualmente sobre la mesa refleja esta brecha estructural. Por un lado, la iniciativa de 20 puntos impulsada por Ucrania con respaldo europeo y estadounidense; por otro, la propuesta original de 28 puntos trabajada entre Rusia y Estados Unidos. La diferencia no es meramente cuantitativa, sino sustantiva.

La propuesta ucraniana insiste en un mecanismo de garantías de seguridad basado en el Artículo 5 de la OTAN, una línea roja absoluta para Rusia. Pensar que Moscú aceptaría una extensión de facto de la alianza atlántica hasta sus fronteras es desconocer por completo las premisas estratégicas que explican el conflicto desde su origen. En contraste, la propuesta de 28 puntos contempla garantías de seguridad más viables para una negociación.

Zelenski, sin embargo, no está dispuesto a ceder territorios, aun cuando la derrota militar y la conquista rusa sean evidentes. Las razones no son solo externas, sino profundamente internas. Ucrania se encuentra atravesada por milicias ultranacionalistas que consideran cualquier cesión territorial como una traición. En ese contexto, la capacidad del presidente ucraniano para firmar un acuerdo de paz es políticamente limitada, cuando no directamente inviable.

De ahí que la estrategia de Zelenski haya mutado, pero no cambiado de fondo. Antes, la dilación se expresaba en llamados insistentes a un cese al fuego sin negociación política de fondo. Hoy, el retraso se justifica exigiendo que cualquier acuerdo de paz sea sometido a referéndum o a una votación en el Congreso. En ambos escenarios, la ratificación del acuerdo sería rechazada, lo que permite postergar indefinidamente una decisión que el liderazgo ucraniano no puede —o no quiere— asumir.

En este tablero, la diplomacia estadounidense ha demostrado una notable habilidad estratégica. Tanto la propuesta de 20 como la de 28 puntos incluyen un elemento clave: la reconstrucción de Ucrania quedaría en manos, principalmente, de empresas estadounidenses. Washington ha logrado convertir la posguerra —cuando llegue— en un espacio de proyección económica y política, independientemente de quién firme finalmente la paz y en qué condiciones territoriales.

Nada de esto debería resultarnos del todo ajeno en Chile. Las guerras de conquista dejan heridas profundas en la conciencia nacional de los países involucrados. Los tratados de paz con Bolivia y Perú, tras la ocupación chilena de Antofagasta y Tarapacá, tardaron décadas en concretarse, especialmente en el caso peruano. Los traumas derivados de esas derrotas no desaparecieron con los acuerdos formales, sino que se transformaron en fantasmas históricos que reaparecieron periódicamente, como ocurrió con las demandas judiciales de Perú y Bolivia durante la última década.

Las guerras de conquista no solo reconfiguran fronteras; reconfiguran memorias, identidades y resentimientos. Pretender que el conflicto entre Ucrania y Rusia pueda cerrarse rápidamente, sin asumir sus consecuencias territoriales y psicológicas, es más un acto de voluntarismo político que de realismo estratégico. La paz, cuando llegue, será probablemente tardía, incompleta y profundamente incómoda para todas las partes. Pero seguir negando la realidad solo prolonga la guerra y encarece, humana y políticamente, su desenlace.