Esta columna no es objetiva ni pretende serlo. Si hilamos fino, el concepto de objetividad no existe, pero esa es parte de otra discusión. Digamos que esta columna, entonces, no es neutral y pretende serlo. Escribiré sobre Curicó Unido, un equipo modesto que lleva pocos años jugando en la Primera División del fútbol chileno y del cual soy hincha desde que nací.
Me corrijo, no soy hincha del Curi, soy del Curi que no es lo mismo y eso se explica con mi biografía. Hace 49 años, el 26 de febrero de 1973, un grupo de dirigentes de diferentes clubes de la ciudad decidieron fundar un solo equipo que los reuniera a todos. Luis Cruz Martínez, Alianza, Bádminton, conformaron una sola institución que representara a toda la ciudad. El nombre de Curicó Unido caía casi como una obviedad. Uno de los primeros dirigentes que fundaron el club fue Osvaldo Arcos Méndez, mi abuelo, quien me llevó al estadio antes de mis propios recuerdos. Por eso siempre digo que a mí no me gusta el Curi, yo soy del Curi.
Las pasiones no se explican. Se sienten. Tampoco se contagian. Surgen, despiertan, crecen, pero nunca se apagan. Si no siguen ese derrotero, son sólo modas. Es difícil de explicar cómo sigues a un club que difícilmente sea campeón y que la mayoría de su existencia ha estado en divisiones secundarias. Toda persona que sienta lo mismo lo entenderá, porque no tiene explicación racional. Somos aquello que queremos y no tiene mucho más vuelta que eso. “Ojalá empatemos”, me decía mi abuelo cuando íbamos en la micro rumbo a la cancha para jugar contra el rival de turno.
Curicó Unido nunca he peleado el título ni ha jugado una Copa internacional. El 2008 ascendió por primera vez a la división de honor. Duró una sola temporada. Luego volvió a subir ganando el torneo dela B del 2017. Y desde ahí hemos estado en Primera. No es exagerado decir que el club vive el mejor momento de su historia deportiva. Los hinchas de los equipos más ganadores, los que dan vueltas olímpicas a menudo, deben considerar que esta vara es mediocre. Para nosotros es historia pura y cada partido lo disfrutamos, más allá del resultado, porque sabemos lo que es jugar en los antiguos potreros, con cincuenta personas en el estadio y al borde de la desaparición.
¿A qué nos aferramos entonces? A una historia, a una épica, a un relato. A la resistencia. Curicó es uno de los pocos clubes en Chile que no es Sociedad Anónima deportiva. Bien o mal, con buenas campañas o malas, el club sigue perteneciendo a los hinchas, a los aficionados, a los socios de la institución. Aún hay asambleas donde se discuten comisiones. No hay accionistas. Los dirigentes no reciben sueldos y el dinero que obtienen, por transferencias o por el monto de los derechos de televisión, se reinvierte. Un modelo antiguo, para muchos arcaico, poco ambicioso tal vez. Para nosotros, un modelo de resistencia.
La administración de los clubes no es buena o mala según su estructura. Hay sociedades anónimas que funcionan muy bien y clubes deportivos que eran un desastre total, un germen de corrupción inalterable. Pero convengamos que es una visión del fútbol y de la sociedad, distinta. Curicó Unido decidió, hace más de 15 años, en una asamblea de socios, seguir siendo corporación. Había ofertas lucrativas sobre la mesa que prometían dar un paso adelante en la modernidad. Los socios y socias, ese día, votaron que no, tomando el camino que en aquel momento era el más riesgoso.
No es un modelo de virtud ni mucho menos. Acá no hablamos de buenos ni malos. Se han cometido errores, tomado malas decisiones, actos que dan vergüenza ajena (como lo ocurrido con los hinchas de O’Higgins, a quienes les pediré perdón de por vida), pero sentir que el club es tuyo y tú eres parte del club marca una diferencia.
Cuarenta y nueve años después de su fundación, Curicó Unido sigue siendo de sus hinchas, socios, socias, aficionados, aficionadas. Y eso, en los tiempos que corren, es mucho decir. Es resistencia pura.