Imaginen controlar la mayoría de las acciones de uno de los equipos más grandes y populares de un país. Imaginen que la ley ampara que cualquier persona pueda acceder a manejar los destinos de un equipo de fútbol que tienen millones de hinchas. Si lo miramos en términos de empresa, millones de potenciales clientes.
Imaginen que ese equipo lleva por nombre una de las instituciones más importantes de la nación, la universidad pública más antigua del país y una de las más tradicionales del continente. Imaginen que ese nombre está vinculado al alma de La República, el lugar desde donde egresaron la mayoría de los presidentes de ese país, la mayoría de los premios nacionales en ciencia, tecnología, arte, literatura. El nombre del foco de la nación
Imaginen adquirir el máximo porcentaje de acciones en un trámite legal, lícito, pero aprovechando que la ley lo permite, ocultar bajo el más absoluto recelo el nombre de quienes conforman un grupo de inversión que maneja los hilos de la institución. Imaginen que me piden el nombre de los verdaderos dueños desde todos los sectores, incluido el rector de la universidad que lleva el nombre del equipo. Imaginen que contesto con evasivas y nunca, pero nunca, nunca jamás, revelo quiénes son los verdaderos dueños.
Imaginen que me desprendo de todo lo que tenga que ver con fútbol en el directorio de un equipo de fútbol. Despido a los directores deportivos, dos exfutbolistas y contrato a un reemplazo que tiene gran experiencia en números, cifras, planilla Excel, pero no en las decisiones vinculadas con la pelota.
Imaginen que la mesa directiva queda compuesta por gente que nunca ha sabido de fútbol, ni desde dentro ni desde fuera.
Imaginen que el flamante director deportivo decide desmantelar el equipo porque considera que los futbolistas son viejos, veteranos o sencillamente malos. Pero a la hora de conformar el nuevo plantel trae jugadores peores. Contrata futbolistas de un equipo que había descendido, pagando más de un millón de dólares y que son, casualmente, representados por el mismo agente que tiene demasiados jugadores en el club. Imaginen que ese director deportivo decide armar una plantilla con sólo dos defensas, que se equivoca en casi todos los refuerzos y tampoco le apunta al entrenador, uno que llega sin conocimiento del medio y que apenas pone un pie en Chile se notan sus deseos de querer partir porque el escenario no era el que le habían prometido.
Imaginen que en cuatro días el club despide al nuevo técnico y al nuevo director deportivo, a cuatro meses de haber iniciado la competencia.
Imaginen que pese a esto, los controladores siguen diciendo que está todo bien.
Imaginen que estos expertos y exitosos empresarios, que toman siempre buenas decisiones en sus negocios particulares, sólo se equivocan al asumir el timón de un club, devaluando el producto a niveles muy bajos, históricamente bajos.
Imaginen que todo eso pasa en menos de un año.
¿Se lo imaginan?
Ese es el escenario actual de la Universidad de Chile.