No se puede competir en los tornos internacionales. Primero porque la diferencia exhibida por los equipos chilenos en la última década es abismante y parece caer en cada edición. No es una mala campaña puntual o un año amargo. Es una tendencia. Los accidentes son los buenos partidos. Acceder una fase, apenas una, parece ser un logro.
Las razones son variadas. Algunas insalvables, como el presupuesto que manejan los equipos grandes del continente, en especial los brasileños. Son equipos con presupuesto europeo jugando en Sudamérica y la diferencia se nota. Al ya reconocido nivel del fútbol brasileño, hay que sumarle millones de euros que alejan la competencia a niveles inalcanzables.
La competencia local ha hecho las cosas mal y eso se ha dicho hasta el hartazgo. Desde el control de las sociedades anónimas deportivas el desprecio a las divisiones menores muestra sus frutos ahora, donde cuesta muchísimo formar planteles competitivos, aparecen pocos futbolistas que tomen una camiseta de titulares en planteles de honor. Las instituciones, que invierten poco, tratan de ir a la segura. Ese atajo no es otro que contactarse con un representante de turno, quien te suministre los jugadores que necesitas a partir de la baraja que tiene disponible en su corral. El club gasta poco, el representante gana mucho, el jugador consigue club, pero el nivel se desploma.
El estallido social y la pandemia afectaron con dureza a la competencia. No hay gente nueva. Pocos, muy pocos, apuran a los titulares que llevan años con la misma remera.
Pero hay otro factor que afecta a casi toda Sudamérica. La desproporción de representantes de algunos países en torneos internacionales. Antes ir a una Libertadores o Sudamericana era un premio. En algunos países es un descarte. Brasil, por ejemplo, juega su certamen local con 20 escuadras. De ellos, quince clasifican a torneos internacionales. Cuatro descienden y uno queda en el limbo. Evidentemente eso distorsiona cualquier torneo, cualquier noción que indicaba que clasificar a un campeonato continental era un premio. Argentina también tiene muchos representantes. Eso, además del nivel futbolístico y presupuestario, hace que sea casi imposible que un equipo de otra latitud se meta en la pelea por la Libertadores. Pasó a ser un torneo de brasileños y argentinos. Le copiamos a la Champions lo único malo que tenía, la escasa variedad de representantes.
Si se juega mal, si se invierte menos, si se trabaja mal en inferiores y si los rivales son demasiados, no hay manera de competir. La Sudamericana aún entrega ciertas ventanas de sorpresa. La Libertadores, hace rato, es demasiado predecible.