En las últimas semanas en Chile la violencia hacia las mujeres se ha convertido en tema de titulares, horas y horas de matinales, conversaciones en la casa, en el barrio y el trabajo. Acusaciones de abusos sexuales contra figuras públicas han hecho crujir, una vez más, la confianza en las instituciones, en las personas, en lo que creemos y en lo que no.
¿Qué ganamos las mujeres con todo esto? No es una respuesta simple.
Por una parte, es verdad que la sola existencia del debate permite visibilizar temas muy relevantes como el consentimiento, para volver a insistir en que las relaciones sexuales deben ser consentidas y con conciencia plena.
Sirve para mostrar que los abusos se amplifican cuando hay situaciones de subordinación jerárquica; y también sirve para demostrar que hoy existe un sistema judicial y legal más preparado para recibir este tipo de denuncias y detener de manera más rápida este tipo de delitos.
Eso en lo que respecta a la conversación pública.
Porque en lo privado no son pocas las personas que empiezan a cuestionar que sea tan “fácil” hacer este tipo de denuncias y desconocer el rol que pudieron tener las denunciantes en un encuentro sexual, por ejemplo. Que el “yo te creo” se convierta en una condena instantánea para el denunciado.
En pleno apogeo del “Me Too” en 2018, un grupo de mujeres francesas, actrices y algunas intelectuales, hablaron de ese movimiento como una forma de puritanismo. "La violación es un delito. Pero la seducción insistente o torpe no es un delito, ni la galantería una agresión machista", decía la carta que, entre otras, firmó Catherine Deneuve. A la semana siguiente la actriz se disculpó con las mujeres que han sido víctimas de estos “crímenes desdeñables”. “Es a ellas y nada más que a ellas a quienes les ofrezco mis disculpas”, dijo en 2018.
¿Y cómo podemos discriminar quiénes son “ellas y nada más que ellas” las víctimas?
Lo pregunto en genérico, porque el juicio hacia una mujer que denuncia, lo hemos escuchado en estos días en conversaciones de pasillo, está siempre latente.
¿Es realmente fácil hacer una denuncia por abuso sexual?
Hace algunos años, mientras desarrollábamos una campaña para visibilizar la violencia de género para una universidad, nos comentaban que del total de denuncias que llegaban, podía haber alguna que no fuera fundada. Pero la gran mayoría sí eran. Sí son.
¿Qué quisiéramos las mujeres? Asumo que justicia y la no repetición de los abusos y, por cierto, que se reduzca la violencia de género que, pese a todo, no se detiene.
¿Qué no queremos? La extrema publicidad y farandulización de los casos. Especialmente cuando abundan la desprolijidad en titulares, comentarios y conjeturas que revictimizan a las denunciantes o cuando las denuncias en sí mismas se transforman en botín político.
Hace poco les pregunté a jóvenes periodistas si las universidades las habían formado en aspectos relativos a género. Dijeron que no. A luz de los hechos, resulta urgente que estas coberturas dejen de estar hechas desde un discutible “sentido común” y avancen hacia una perspectiva de derechos humanos, que pregunten a especialistas en género (que hay) y que se comprenda que una denuncia no puede transformarse en una nueva vulneración.