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Columna de Opinión

La veracidad del efecto. Mil noches de Sudamérica de Alex Anwandter

Felipe Cussen, Doctor en Humanidades y profesor titular de IDEA Usach.

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  • Diario Usach

  • Viernes 13 de septiembre de 2024 - 08:49

El 30 de agosto presentamos, junto a Bernardita Bravo, el primer libro de poemas de Alex Anwandter. La sala A1 del GAM estaba repleta: había más asistentes que la suma de los que he visto en todos los lanzamientos de poesía a los que he ido y a los que iré.  

             "I'm your fan, but I'm gonna try not to be it"

                                                                       (Luis Jara a Robbie Williams)

Hace unas semanas, mientras chateaba con Javiera Mena, recibí un mail de Álvaro Matus, editor de Hueders, para invitarme a presentar hoy Mil noches de Sudamérica de Alex Anwandter. Respondí sin titubear: "será un gran honor: siempre es viernes en mi corazón". En ese mismo momento empecé a imaginar que esta presentación sería como las introducciones a los artistas de Antonio Vodanovic en el Festival de Viña, cuando citaba algunos fragmentos de las canciones que resonaban en la concha acústica de la Quinta Vergara. Sin leer aún el libro, se atiborraron en mi mente otras pegajosas frases: "cómo puedes vivir contigo mismo", "cordillera, dinos la verdad", "ven conmigo al precipicio a bailar", y volvía a escuchar la magnífica voz de Celeste Shaw cantando "cada vez que tengo pena, eres tú", "si ya la vida es difícil porque hacerla peor". He acompañado estas melodías en muchos de sus shows en vivo, incluso en la sala contigua a esta, cuando presentó Odisea y descubrí un nuevo músico y bailarín que me fascinó. Y sí, soy su fan, y apenas lo escribo suena el teléfono. Es mi amiga Rocío quien con voz de urgencia me cuenta que no quiere perderse el magno evento de hoy: "Lo he estado siguiendo todos estos años religiosamente. Su música nos ha acompañado, sostenido, a través del tiempo. Para mí, Alex Anwandter es como para ti Javiera Mena".

Me enteré hace algún tiempo de este libro gracias a mi amigo Christian, quien sabe que me gusta estar al tanto de las novedades de los famosos como su hermano Alex (soy, como dicen en Argentina, un "cholulo"). Me provocó curiosidad entender por qué una estrella del pop quería pasarse al tan poco glamouroso bando de los poetas en el que militamos, con más resignación que orgullo, Christian y yo. Por eso (además de volver a sus discos y videos, y ver por primera vez su preciosa película Nunca vas a estar solo) presté mucha atención a todas las entrevistas en radio y prensa de estos días para comprender mejor sus motivaciones. Alex explica que el proceso "se desprendió de la escritura de las canciones. Fue como leer mucha poesía, en plan soltar la mano para más bien pensar en imágenes. Porque la poesía al final no es más que combinaciones de palabras, que a ti te producen una reacción y a ti te produce otra reacción, y está todo bien. Entonces era un poco eso y esa lectura se empezó a transformar en escritura y cuando lo había hecho un tiempo, ya me di cuenta, 'parece que tengo un libro'". Muchas veces destaca que la poesía que abre un espacio más abstracto y menos explícito: "lo que más me gusta de la poesía es que no significa nada”. Sus palabras suenan como un eco de los versos de Martín Adán: "Poesía no dice nada:/ Poesía se está, callada,/ Escuchando su propia voz".

Los poemas, por otra parte, implican para Alex una liberación del formato habitual: "Las letras de las canciones tienen reglas bien estrictas (…) deben responder a la melodía, son más rítmicas, tienen una duración específica (…). No puede ser ni muy corta ni muy larga". Esta concepción de la poesía se basa, por supuesto, en sus prácticas contemporáneas, en el verso libre que, para espanto de algunos, predomina en la actualidad, y en el desuso de modelos estrictos como el soneto, la décima o la dificilísima sextina. Pero a lo largo de la historia esta diferencia entre el poema y la canción no ha sido tal: lo que hoy llamamos lírica nace precisamente del canto acompañado por la lira, y los grandes trovadores medievales bien merecerían llamarse "cantautores" antes que poetas a secas. 

Dentro de las idas y venidas entre poesía y música son frecuentes los saltos de un lado a otro, como podemos observar también en las últimas décadas: hay compositores que adaptan poemas publicados en libros (pienso de inmediato en Horacio Salinas con Nicolás Guillén, Aquiles Nazoa, Jorge Teillier y Gabriela Mistral), hay escritores que componen letras directamente para ser cantadas (como Waldo Rojas con sus boleros para las películas de Raúl Ruiz, Roberto Jacoby para Virus, Clemente Riedemann para Schwenke y Nilo y Pablo Shanton para Leo García), y hay muchos que juegan a dos bandas con las letras y los poemas, como Violeta Parra, Patricio Manns, Leonard Cohen, Patti Smith, Luis Alberto Spinetta, Pedro Aznar y, desde hoy, Alex Anwandter. Podría mencionar y valorar otros ejemplos, y podríamos enredarnos aún más en otras formas de interacción, pero para zanjar la discusión prefiero convocar al que quizás sea el mayor experto en estos asuntos, Jacques Roubaud: “- Una canción no es un poema y un poema no es una canción./ -Las palabras de una canción desprovistas de sus sonidos pueden constituir un poema, o no. Las palabras de un poema musicalizadas pueden constituir una canción o no./ -Es un insulto para la poesía llamarla canción. Es un insulto para la canción llamarla poesía”. 

Desde que supo que lo presentaría, el siempre pacífico y paciente Christian me ha preguntado más de diez veces: "¿ya leíste el libro de mi hermano?”, y le digo que sí, que estoy en eso, pero es mentira. Recién comienzo a hacerlo mientras viajo un día por la mañana en el metrotren de Valparaíso. Suena romántico, pero también es mentira: hubo un accidente y me veo obligado a tomar un Uber. Entre reportes del tráfico suena "I'm forever your girl" de Paula Abdul, y comienzo a leer los primeros poemas. Muchos de ellos, efectivamente, son bastante más largos o cortos que la duración habitual de una letra de canción. La música no pareciera sonar de fondo, aunque hay algunos términos más técnicos descontextualizados, como "alzar", "tríadas" o "a capella". Tal como nos advertía en las entrevistas, en general el fraseo es suelto, sin una métrica fija ni rimas. Hay unas pocas excepciones, con estructuras más regulares y rimas asonantes en "Misterio del deseo" y "Deseo y violencia en la noche del mundo”, y el uso de la epífora o repetición de una misma frase en "Fin del problema". Un recurso llamativo es el uso de los sufijos personales tal como se ocupan en portugués (con un guión y al final de las palabras ("-se", “-me")). Creo que este recurso naturalizado le agradaría a Néstor Perlongher, quien defendía el portuñol cuando no es "error o interferencia, sino […] un sentido pleno, positivo".

Hay personajes que se repiten a lo largo de las páginas (un padre, las amigas y los amigos, algunos chicos, algunos fachos), se mencionan ciudades de Sudamérica y Norteamérica, y también se inventan instituciones como el Congreso Internacional de la Desesperanza y el Ministerio del Silencio. Mi atención se ve atraída por varias historias delirantes e hiperbólicas, con desenlaces explosivos, casi como de dibujos animados. Más que himnos o confesiones, aquí predominan las escenas, cargadas de una tensión intensa entre lo que dice y lo que piensa, entre lo que proyecta y lo que siente, entre lo que muestra y lo que oculta, entre lo que observa y lo que imagina.

Vale la pena detenerse en el epígrafe que inaugura el libro, la última estrofa del precioso poema "Carrego comigo" de Carlos Drummond de Andrade, que Alex tradujo así en una reciente entrevista: "No estoy vacío,/ no estoy solo/ pues anda conmigo/ algo indescriptible". Aunque el tono predominante del libro es la soledad, este poema nos habla también de un secreto que nunca se revela, que se carga a lo largo de los años y que constituye nuestra última compañía. Motivado por este poema, me pongo a buscar si dentro de mis notas para clases había alguna referencia a Drummond, y encuentro dos citas indirectas. La primera es de José Ángel Valente: "el poema nace al comenzar una larga gestación previa a lo que cabría llamar la escritura exterior. (Vive con tus poemas antes de escribirlos, dice en su bella lengua Carlos Drummond de Andrade.) En realidad, el poema no se escribe, se alumbra. (…) El poema gestado es el poema natural. El poema sobrecorregido es un producto artificial, como una gestación fuera del útero". Me lleva a recordar lo que me dijo Alex en una conversación hace muchos años: "encuentro que la honestidad tiene que ver con el gesto artístico inicial, con ese momento de la 'inspiración'. Después es mucho trabajo, que a veces incluso perjudica la honestidad inicial, y ciertamente no lo deja en algo cien por ciento crudo, porque el momento honesto fue el momento en que lo inventaste y que nadie vio".

La otra cita es de Paulo Leminski, quien habla de poemas breves o portátiles, entre ellos uno de Drummond, y comenta: "el poema corto se impuso. (…) ¿De dónde habrá venido esa tendencia a la economía? ¿De la publicidad? ¿De las técnicas de la poesía concreta, que le deben tanto a la publicidad?". Y aquí pienso en lo que comentó Alex respecto a uno de sus poemas más breves: "Soy chileno:/ solo soy/ terremotos y versos de amor". Aunque le sugirieron que lo eliminara, él lo dejó y lo defendió así: "este poema es pop, es la sensibilidad pop que yo voy a traer". 

Es interesante reflexionar que, a diferencia de la música y las artes visuales, la categoría "pop" es escasamente utilizada en literatura. Quizás ahora, a partir de Mil noches de Sudamérica, tendremos que ocuparla y resignificarla. Habrá que indagar en esta intención por dejar de lado los cantos generales y escribir, como Enrique Lihn, sólo un "canto particular". También en la opción por jugar de manera más ambigua con las nociones de verdad y mentira, pues para Alex "todos [los poemas] me parecen genuinos y todos tienen artificio. Algunas veces la emoción es genuina y la información es falsa. Otras veces, uso información real de manera engañosa para hablar sobre temas que me interesan”; "me importa que se sienta genuino, a pesar de que esté diciendo mentiras". Lo importante no es, entonces, la veracidad de los hechos de los que surgen, sino la veracidad del efecto que provocan.

Los invito, entonces, a sumarse a esta cruzada a la que nos invita Alex, y a la que antes nos invitó Neil Tennant cuando declaró que la guerra entre la falsa autenticidad del rock y la autenticidad real del pop fue ganada por el pop: "Por el momento, el pop es el ganador".