Tras décadas de transformación de la matriz productiva rural, que resulta de la intensa modernización agrícola chilena de los 80, es un imperativo reflexionar acerca de los cambios y desafíos que estas transformaciones revisten en las mujeres rurales del país.
La emergencia de la llamada nueva ruralidad, caracterizada por la emergencia de una nueva estructura productiva y por cambios sociodemográficos, tiene como protagonistas a las mujeres rurales.
Su visibilidad es también resultado de un cambio epistemológico profundo en las ciencias sociales que desdobla al campo en hombres y mujeres rurales. El enfoque de género permea los conceptos y la práctica investigativa, permitiendo la emergencia de la mujer rural como agente de cambio y “sujeto” de investigación en los marcos de la modernización de las estructuras productivas.
El impacto sociocultural de la modernización técnico-productiva en las trayectorias y biografías femeninas es innegable. Por ejemplo, si se analizan datos del Censo de Población y Vivienda (2017), vemos cambios interesantes en las pautas reproductivas y sexuales de las mujeres rurales. En efecto, se observa una tasa de natalidad de 2,5 hijos nacidos, muy cercanas a la sus pares urbanas (1,90) y a la media nacional (2,0), y muy lejos de la tasa de 3,7 de la década de los 80.
Este cambio también ha dado paso a mayor libertad y autonomía. No sólo para la realización de proyectos personales y laborales sino también a transformaciones identitarias que se desprenden de lo familiar y lo doméstico.
El acceso a la educación es otro de los grandes giros que se observan en la vida de las mujeres rurales. Mientras el 75% de las mujeres de 65 a 84 años tienen una media de escolaridad menor a los 6 años, el 55% de las que están en el tramo de 45 a 65 años alcanza entre los 6 y los 12 años de estudios.
El cambio más notorio se da entre las mujeres rurales entre 25 y 44 años que consiguen niveles de escolaridad sin precedentes en las generaciones anteriores: sólo el 1% de las mujeres jóvenes queda fuera del sistema educativo, una mayoría completa la educación básica y un 70% de ellas logra estudios secundarios, mientras que el 25% logra cursos estudios superiores. Si bien es un dato aún discreto respecto del acceso general a la educación superior, quintuplica los niveles de acceso que lograban las mujeres rurales de 65 o más años.
Con todo, la inserción laboral de las mujeres rurales sigue siendo reducida y la participación en el trabajo doméstico no remunerado continúa siendo mayor que la de los hombres. Esto genera que, en paralelo, corran las expectativas por un desarrollo profesional y autónomo en relación con la educación, y altos niveles de frustración y truncamiento de las aspiraciones individuales, debido a la reproducción de la desigualdad de género definida por la variable de territorialidad.
En Chile, la tasa de participación de las mujeres rurales es, no sólo inferior a la de los hombres rurales, sino también a la de sus congéneres urbanas. Si la participación de hombres rurales es de 70% (cuatro puntos debajo de sus pares urbanos) en las mujeres rurales este valor desciende a un 35% (un tercio menor que el de las mujeres urbanas).
En familias rurales donde la mujer se emplea fuera del ámbito doméstico, se abre un nuevo abanico de desigualdades: son las niñas menores de 14 años las que asumen las responsabilidades del hogar. Ello significa que cuando algunas se insertan en lo extradoméstico, en otras mujeres se perpetúa el rol tradicional de reproducción de la vida familiar.
Respecto a las ramas que concentran la ocupación femenina de origen rural, se observa que la distribución por sexo de ocupados rurales manifiesta una clara división sexual del trabajo. En hombres, la participación laboral se concentra en áreas extractivas o de producción primaria (agricultura, extracción minera) y secundaria (industria). En mujeres, la participación mayoritaria se concentra en ramas terciarias o de servicios (aseo, cuidados y enseñanza).
Como vemos, la modernización de las zonas rurales no ha sido lineal y, por lo tanto, sus efectos tampoco lo son. Y si bien es cierto que los avances en la condición de las mujeres son innegables, la permanencia de factores que reproducen una estructura aún desigual de género para las mujeres rurales se mantiene como una realidad.
El desafío, es continuar construyendo relaciones igualitarias en el espacio rural que permitan la efectiva inserción de mujeres y niñas en la vida social y favoreciendo su constitución como agentes de cambio y aporte al desarrollo de las economías locales.