El término “Ciudad Inteligente” o “Smart City” se utiliza hoy repetidamente, para referirse a una ciudad moderna, donde se implementan tecnologías de última generación. Pero es necesario discutir este concepto ya que implica aspectos más profundos que solo eso.
Según la investigación que desarrollamos en la Escuela de Arquitectura y el Laboratorio Smart City USACH, podemos decir que una ciudad inteligente debe entenderse a partir de sus habitantes, haciendo uso de tecnologías apropiadas para mejorar su calidad de vida. Una ciudad inteligente debe orientarse a conseguir al menos 5 objetivos fundamentales:
· El primero, permitir que la mayor cantidad de personas que habitan la ciudad, tengan acceso a las oportunidades y beneficios que ésta ofrece.
· Hacer más eficiente la vida cotidiana de sus habitantes, en cuanto a tiempos, movilidad y productividad.
· Asegurar la salud y el bienestar de los ciudadanos, reduciendo su exposición a factores contaminantes y mejorando la calidad ambiental de la ciudad.
· Debe ser capaz de responder a eventos de crisis, por ejemplo sanitaria o climática, y también a las posibles catástrofes (resiliencia).
· Y debe potenciar la socialización de la comunidad, intensificando la vida urbana en espacios de esparcimiento y cultura.
En consecuencia, es posible situar de mejor manera el rol de las diferentes tecnologías que están hoy disponibles para ser implementadas en los sistemas urbanos. Como ejemplo, la ciudad de Santiago tiene un sistema de transporte que tiene características muy positivas al compararlo con otras ciudades equivalentes.
Una flota de aproximadamente 7000 buses de los cuales el 10% es eléctrico, para cubrir los 2.800.000 viajes diarios que se están realizando luego de la pandemia. Y junto a esto, 6 líneas de metro que cubren 140 km. Con un sistema de pago integrado o tarjeta BIP, con tarifa única independiente de la longitud del viaje. Pero a pesar de estas características notables, la evaluación de calidad de servicio del sistema de transportes de nuestra ciudad es mala.
Si enfrentamos el desafío de mejorar la calidad del sistema de transporte solo mediante tecnología, podríamos utilizar sensores de posición y carga de pasajeros de los buses, algoritmos de optimización de recorridos y sistemas de información on-line de tiempos de llegada para los usuarios. Así lograríamos mejorar la percepción de los pasajeros, pero solo hasta cierto límite.
El problema fundamental es la distancia y tiempo que deben recorrer los habitantes de Santiago entre su lugar de residencia y de trabajo o estudio diariamente. Por lo tanto, para que la ciudad mejore en este aspecto, no solo basta con implementar sistemas tecnológicos. Las políticas y estrategias de localización de actividades urbanas y densificación de las construcciones tienen también un impacto muy importante.
Así, la reducción de demanda de viajes producto de una buena localización en la ciudad es la mejor forma de hacer más eficiente el sistema de transporte, mejorando la calidad de vida de todos los habitantes. Modelos urbanos de ciudad con múltiples centralidades, con una distribución homogénea y equitativa de equipamiento y servicios, son estrategias fundamentales para lograr una ciudad verdaderamente inteligente. Logrando de esta manera un efectivo mejoramiento en la calidad de servicio del sistema de movilidad.
Pero junto a esto, una reducción en la necesidad de transportarse por la ciudad producto de la configuración de subcentros equipados y bien distribuidos por toda la ciudad, tiene otras externalidades positivas. La reducción de contaminación y congestión, el aumento en la intensidad de vida urbana y mayor creación de espacios de encuentro entre los habitantes de la ciudad, e incluso una mejor capacidad de responder a eventos de crisis producto de una mejor distribución territorial de los servicios.
Las acciones de “inteligencia urbana” son multi dimensionales, y capaces de mejorar la calidad de vida de todos quienes habitamos las ciudades. Debemos enfrentar este desafío situando el rol adecuado de la tecnología en nuestras urbes, pero también desafiándonos a entender la complejidad de la ciudad contemporánea y cómo las sinergias potenciales entre los diversos sistemas podrán llevarnos a ciudades realmente inteligentes.