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Columna de Opinión

La vía cultural contra el miedo

Consuelo Cerda Monje, doctora en Arte y Educación por la Universidad de Barcelona. Co-fundadora y co-directora de MOVEDIZA, festival internacional de danza en Santiago de Chile. Bailarina y gestora cultural.

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  • Diario Usach

  • Martes 2 de diciembre de 2025 - 14:40

A dos semanas del 16 de noviembre, la pregunta no es solo por qué crece la ultraderecha, sino cómo llegamos a este punto: un país donde el malestar se convirtió en terreno fértil para discursos que simplifican, polarizan y prometen soluciones rápidas. Culpar únicamente al gobierno sería una salida fácil. Lo que vemos hoy es la consecuencia de una década en la que el progresismo abandonó la construcción social profunda, renunció al trabajo territorial sostenido y entregó a la derecha radical el monopolio del relato emocional.

Mientras la izquierda discutía entre sí —encerrada en debates identitarios y diagnósticos cada vez más técnicos—, la ultraderecha hizo su tarea: ocupó las redes, los matinales, los miedos y el horario prime. No ofrece programas complejos, pero sí ofrece certezas. Y en tiempos de incertidumbre, eso vale más que cualquier gráfico.

Este patrón no es chileno. Ocurrió en Brasil, ocurre en Argentina, Francia, Alemania, España. En todos esos lugares, la derecha radical crece sobre un suelo común: sociedades cansadas de políticas públicas que no se comunican bien, cansadas del lenguaje experto, cansadas de la desconexión. Y ahí, exactamente ahí, opera la maquinaria de desinformación, la que amplifica el miedo, distorsiona los datos y convierte cualquier experiencia individual en una supuesta crisis nacional.

En Chile, es evidente. La tasa de homicidios cayó un 9% entre 2023 y 2024 y volvió a caer un 5,7% en el primer semestre de 2025, con 11 de 16 regiones mostrando descensos. La victimización también bajó según la ENUSC. Pero la percepción de inseguridad supera el 80%. ¿Por qué?

Porque la ultraderecha no discute cifras, discute sensaciones. Lo que importa no es lo que ocurre, sino lo que parece ocurrir. Por eso declaraciones como la del vocero de Kast —“Qué saco yo con decirle a las personas que van a tener una jornada de 40 horas, se podrá ir más temprano a la casa. Pero ¿a qué? A encerrarse”— no son errores comunicacionales: son estrategia pura. El mensaje es simple: "tu vida está en peligro, solo nosotros podemos protegerte". El miedo convertido en propuesta de gobierno.

Los hechos recientes refuerzan ese guión. El CNTV intentó frenar la campaña informativa sobre la Ley Integral contra la Violencia de Género, como si defender a las mujeres fuese un acto partidista. Y el Senado bloqueó el presupuesto 2025 para cuatro sitios de memoria, es negacionismo por vía financiera, la forma más limpia y silenciosa de borrar un país incómodo.

Pero frente a todo esto, la pregunta clave es qué ofrece el progresismo. Y la respuesta es que ha dejado en segundo plano su mayor herramienta política: el desarrollo cultural.

No el “sector cultura” entendido como agenda ministerial, sino la cultura como tejido social, como espacio donde se reconstruye confianza, identidad y pertenencia. La cultura como política pública de proximidad, de encuentro, de reparación. La cultura como una forma de hacer democracia donde la democracia no está llegando.

La ultraderecha lo sabe y por eso la ataca: porque donde hay comunidad, el miedo pierde poder. Donde hay espacios públicos vivos, el discurso del encierro se debilita. Donde hay memoria activa, el autoritarismo retrocede. Donde hay participación, se disuelve la idea de que “todo está perdido”.

Bibliotecas abiertas hasta tarde, escuelas activas fuera de horario, talleres barriales, centros culturales, festivales, mediación cultural, arte en espacios públicos, proyectos de barrio, todo eso no es adorno. Es gobernabilidad. Es cohesión. Es territorio.

Nos quedan 12 días para decidir no solo quién gobernará, sino qué convivencia queremos defender. Advertir sobre la ultraderecha ya no alcanza, hay que disputar su narrativa. No basta con invocar la historia, hay que volver al territorio.

Cuidar barrios.
Cuidar escuelas.
Cuidar derechos.

Cuidar comunidades
Cuidar la memoria.
Cuidar la cultura.

El miedo divide. La cultura reúne. Y esa diferencia —hoy más que nunca— es política.