1969, la carrera al espacio marca el ritmo de la Guerra Fría. Los Estados Unidos están atrasados, después de Laika, Gargarine y Tereshkova. Sin embargo, en la serie “For All Mankind” (Apple+, 2019-) Neil Armstrong no es el primer hombre en pisar la luna; es Alexei Leonov.
La ucronía está instalada. La carrera al espacio nunca termina en “For All Mankind”. John Lennon nunca muere y se convierte en la figura pacifista de referencia. Se indaga en el futuro de la Guerra Fría, un escenario en el que los Estados Unidos buscan ponerse a la altura de los logros soviéticos. La serie lo plantea al seguir las aventuras y transformaciones de la NASA, siendo la sala de comando (Houston) el lugar central de la ficción, y en permanente contacto con la casa blanca, sea bajo la presidencia de Ted Kennedy (1972-1976) o de Ronald Reagan (1976-1984).
La ucronía se acelera cuando, quince días después de Leonov, Anastasia Belikova es la primera mujer en la superficie de la luna. La sincronización televisiva del evento a escala mundial, la convierte en ícono y una inspiración especialmente para las mujeres y niñas (que podemos seguir con el personaje de Aleida). Si bien la NASA había suspendido un programa para formar mujeres astronautas en 1963, las relaciones de fuerza bipolar obligan a reiniciarlo. Después de una larga y dura preparación, cuatro mujeres –entre las cuales una afrodescendiente- son seleccionadas y realizan proezas en la sala de comando, una vez en órbita o en la luna.
La problemática de género muestra tempranos avances en la serie, terminando la segunda temporada con mujeres en todos los cargos de decisión de la NASA (pero no del Pentagono), además de volar y contribuir a la conquista del espacio. A nivel social, se ve cómo este programa participa de una forma de liberación de las mujeres estadounidenses (trabajo y relaciones laborales, divorcio, relaciones matrimoniales, etc.), aún con dificultades y tensiones en las relaciones públicas y privadas entre los y las personaje (micro-machismos, conservadurismo de las mujeres dominantes e instrumentalizaciones). En contrapunto, se muestra un proceso reaccionario respecto de las problemáticas raciales o de disidencias sexuales.
En la segunda temporada, que hace un salto hacia 1983, el relato se centra sobre las tensiones espacio-estratégicas y geopolíticas (en la conquista territorial de la luna –y sus recursos– así como en el desarrollo de bases espaciales que permitan dirigirse a Marte) que la carrera espacial genera. La Guerra sigue fría pero los enfrentamientos son casualmente directos, ya en sea en la Tierra, en la Luna o en el espacio.
La problemática de género se complejiza al asumir su vínculo con la problemática racial. En cuanto a la problemática de disidencia sexual, esta sigue estancada a nivel de la Administración cuando se perciben ciertos avances en el cotidiano. Mucho más lento que en la primera temporada, el relato adopta una mirada menos social y más centrada en las trayectorias biográficas de los personajes, las cédulas familiares y la comunidad de la NASA.
Un arco narrativo muestra cómo pilotos estadounidenses y soviéticos llegan a sentirse parte de algo común –que mezcla comunidad profesional, heroísmo y utopía espacial–. Al borde de un conflicto armado y nuclear, la serie presenta una solidaridad y una voluntad que podrían revertir las amenazas de guerra aun cuando siempre hay una sospecha latente sobre las intenciones soviéticas.
Al retomar sus derechos, la ficción reactiva también una pregunta que la serie planteó en el primer capítulo, sobre la libre-decisión en una organización, contra la jerarquía, frente a la burocracia o ante el poder político. En este caso el astronauta Ed Baldwin cuestiona públicamente la tibia orden que se le dio desde Houston de no alunar. Una decisión libre e individual habría dado el primer lugar al Oeste, al momento de pisar el satélite. Se repite el dilema de manera frecuente a lo largo de los capítulos, a través de personajes rebeldes, de situaciones de urgencia o de conflictos organizacionales, hasta que se asuma una decisión no alineada con las órdenes del Presidente Reagan.
Es aquí la postura política de la serie, que siempre deja un margen para que la decisión individual (o reducida a pequeños equipos), triunfe. Reagan finalmente capitaliza políticamente la decisión que se tomó sin su acuerdo y felicita a la administradora de la NASA. Y estas decisiones se fundamentan sobre información disfrazada que circula también entre Houston y Ciudad de las Estrellas, en contra del Pentágono y los Militares de ambos bloques.
Esta postura termina mostrando la rigidez de la burocracia desde el clásico contra-ejemplo (la URSS) y a partir del mismo funcionamiento de la NASA. Incluso los soviéticos –lamentablemente muy poco presentes en la serie- actúan a veces en contra del Partido y su secretario general, Andrópov, quien sucedió a Brejnev en la ficción. La serie excava esta historia del libre razonamiento y del núcleo individual de la decisión. Falta ver qué rumbos tomará en la tercera temporada –que los mismos guionistas situaron en 1995 con unas botas en una tierra roja, probablemente Marte–, prevista para el otoño 2022.