Este martes 15 de octubre murió Antonio Skármeta, autor polifacético que desarrolló una extensa obra, reconocida tanto nacional como internacionalmente. Escribió en distintos géneros: cuento, novela, teatro, guion cinematográfico y radioteatro. Se ha dicho con razón que en todos ellos supo representar a la cultura de su tiempo, atravesada por los medios de comunicación masiva, por una historia política convulsa y por la vida cotidiana. Debido a su militancia en el MAPU tuvo que salir tempranamente al exilio para volver recién en 1989, en las postrimerías de la dictadura. Pasó la mayor parte de este tiempo en Alemania, donde continuó con la prolífica carrera literaria que ya había comenzado en Chile.
De la trayectoria de Skármeta se han destacado los numerosos galardones que recibió, entre ellos el Premio Nacional de Literatura en 2014. También las varias versiones –en teatro y cine– de su obra Ardiente paciencia. Al reconocimiento de su éxito se ha sumado también el de su lado humano: en pocas horas se viralizaron algunos de los episodios de su exitoso programa, El show de los libros, que estuvo al aire entre 1992 y 2002. Especialmente recordada es una escena en la que lee la “Oda al gato” de Neruda mientras un felino real le ronronea en el cuello. Ambos escorzos son indispensables para levantar una semblanza de Skármeta, pues además de un gran autor fue una persona sencilla y accesible, que no creía en la diferencia entre lo culto y lo popular, y que hizo suya la tarea de difundir masivamente el arte y su conocimiento.
La concepción de Skármeta de una cultura para todos y todas fue uno de sus motores políticos durante el periodo de la Unidad Popular. En concreto, fue uno de los gestores y miembro permanente del consejo de redacción de la revista La quinta rueda, editada por Quimantú entre 1972 y 1973. Se trataba de una publicación crítica, que insistía en la necesidad de integrar la cultura como un elemento indispensable del nuevo proyecto social. Hasta su último número, un mes antes del golpe de estado, sirvió como espacio de difusión del pensamiento y la obra de importantes figuras del campo cultural, acercándolos a un público amplio.
De Skármeta recuerdo, a modo personal, especialmente dos cosas: su simpatía y su pasión por el radioteatro. Tuve la oportunidad de conversar con él dos veces: una en la embajada de México, a propósito de una vista de Juan Villoro, en donde conocí su faceta de gran conversador. La segunda, luego de la presentación de un libro en el que se compilaba y comentaba la obra de autores y autoras chilenos durante su exilio en Alemania. Se me ocurrió afirmar, mientras presentaba la obra, que durante ese periodo se cultivaron géneros muy populares, como el radioteatro. Tenía en la cabeza mis propias experiencias: la escucha de historias de terror en las radios AM de los setenta. Después del cóctel, Skármeta se me acercó muy amablemente y me hizo algunas precisiones. Reivindicó el radioteatro como una manifestación artística amplia, que acoge tanto lo sublime como lo cotidiano. Hablaba desde la experiencia y tenía toda la razón.