Por Jorge Letelier
El Halcón maltés (1941)
Para algunos, es el primer filme negro porque contiene todos los elementos definitorios del género: una femme fatale, un botín misterioso que atrae a ladrones y honrados, un detective privado que oscila entre el deber y saltar flagrantemente la ley, y un aliento fatalista que aprisiona a los personajes. El mito de Humphrey Bogart comenzó aquí y también la carrera de John Huston, un director que recorrió con brillantez los callejones y garitos del género. Basada en la novela de Dashiell Hammet, escritor negro por antonomasia.
Perdición (1944)
La primera "gran" película de Billy Wilder es uno de los monumentos del género: la primera femme fatale de verdad, fría y manipuladora (Barbara Stanwyck), un triángulo amoroso y una investigación policial repleta de zonas oscuras y ambiguas. Es la historia de una pasión cegada que lleva hasta al asesinato, donde una mujer (Stanwyck) convence a un vendedor de seguros (Fred McMurray) de que le ayude a matar a su marido (Edward J. Robinson). Escrita por Wilder y Raymond Chandler sobre una novela de James M. Cain, dos de los escritores policiales que hicieron su contribución al género.
El cartero llama dos veces (1946)
Basada en una novela de James M. Cain, esta cinta ilustra un tema ya visto en Perdición: el poder de una mujer para manipular a su antojo a un incauto "enamorado". El escenario es un pequeño pueblo y un restaurante en la carretera, donde la bella y sexy Lana Turner vegeta junto a su marido, un hombre mucho mayor que ella, hasta que aparece un hombre joven y de pasado oscuro (John Garfield). Más sexual que Perdición, la cinta de Tay Garnett se acerca al melodrama pero la icónica imagen de la femme fatale encarnada por Turner es uno de los puntos altos. En los 80', una versión con Jack Nicholson y Jessica Lange fue muy popular, más sexual que su antecesora, pero acá además vale la pena por John Garfield, un galán que rivalizaba con Humphrey Bogart y que fue acusado de comunista por el maccarthismo. Murió joven, convirtiéndose en sí mismo en un protagonista del género negro.
Retorno al pasado (1947)
En todas las listas esta cinta del francés Jaques Tourneur aparece como una de las obras maestras del género. Una sinuosa intriga sobre el pasado y el futuro es probablemente la mejor película que hizo Robert Mitchum (junto a La noche del cazador) y un modelo de historia negra, donde nada es lo que parece. El fatalismo propio del género se corporaliza en la figura de Jeff Bailey, un antiguo matón que busca escapar de su pasado pero la figura de un antiguo amor le impide olvidar.
La dama de Shanghai (1948)
Orson Welles ya había experimentado las atmósferas noir con El extraño (1946), pero se encontró a sus anchas con esta historia basada en una novela olvidada de Sherwood King. Originada como un encargo para lucir a su entonces esposa Rita Hayworth, Welles le dio su característico clima barroco que ayudó a la salvaje ambiguedad moral de la cinta, que se organiza en torno a la figura de un "tonto útil" (el propio Welles), un incauto a merced de un puñado de personajes que ya tiene definido su destino. Memorable la Hayworth y su final en el palacio de los espejos está entre los mejores de la historia.
White heat (1949)
Desde la década del treinta James Cagney era un ícono del cine gangsteril, y encontró su canto del cisne con esta ruda y violenta cinta sobre el líder de una banda que sufre de paranoia y de intensos rollos edípicos. El eficaz Raoul Walsh dirigió con mano firme esta película que muestra a uno de los más recordados gangsters de la historia, que haría empalidecer al Al Pacino de Caracortada. Cinta con más acción que discurso o mirada ideológica, muestra la realidad de una banda delictual por dentro, con los celos y desconfianzas que terminan destruyendo todo a su paso, uno de los elementos fatalistas que eran un leitmotiv típico del género.
La jungla de asfalto (1950)
Obra monumental de John Huston que exploró como pocas en las tragedias del destino. Un alemán recién salido de la cárcel tiene el plan ideal para un robo de joyas: forma un equipo heterogéneo y su meticulosidad no parece reflejar grietas. Pero el fatalismo se apodera de esta empresa como una irónica jugarreta del destino. Trágica como pocas, su estilizada mirada de callejones y garitos y de un pesado clima moral no tiene rivales en el género. Lejos, el más shakespereano de los títulos del cine negro.
Los sobornados (1953)
El maestro Fritz Lang es uno de los precursores del género desde los tiempos de M, el vampiro de Dusseldorf y Mabuse, a comienzos de los años 30. Luego, en Hollywood dirigió obras importantes como Perversidad y La mujer del cuadro. Pero es con esta cinta protagonizada por Glenn Ford donde retomó su vieja obsesión por la justicia cayéndose a pedazos, centrado en el caso de un policía honrado que es cercado por mafiosos, y a quienes les declara la guerra luego de una tragedia familiar, en una lucha que da en completa soledad.
Casta de malditos (1956)
Siguiendo la estela de La jungla de asfalto, la tercera película de Stanley Kubrick es un film noir de tomo y lomo: una banda delictual planea el atraco a un hipódromo, donde cada una de las vidas de los integrantes es parte de un mosaico trágico que no puede sino terminar mal. Kubrick dotó de una frescura narrativa al dar diferentes puntos de vista la historia de acuerdo a los personajes, esquema que luego Tarantino copiaría en Perros de la calle. El desenlace con los billetes del botín volando por los aires es una de las postreras imágenes del género, ya que para esos años entraba en su fase de declive.
Sed de mal (1958)
Corrupción policial, violencia, gangsterismo y poesía mortecina se dan cita en una indeterminada ciudad frontera entre México y Estados Unidos. Para dar la palada final al movimiento más ideologizado del Hollywood clásico, Orson Welles asume la historia del policía Hank Quinlan (Welles) como la tragedia final de un hombre ya perteneciente a otra época. Si bien Charlton Heston pasó a la posteridad como el impoluto detective Vargas, el espesor shakesperano de Quinlan y el clima de pesadilla que le confiere a sus virtuosas imágenes brillan como el perfecto corolario para un género que existió entre la sofisticación estética y la abierta crítica a las instituciones de EEUU.
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