Sin lugar a duda los plásticos han llegado a transformarse en materiales indispensables para nuestra sociedad. Versatilidad, capacidad de combinarse con otros materiales, propiedades físicas particulares, procesabilidad, y costos son algunas de las propiedades y características más destacadas de este tipo de materiales que con el paso del tiempo incluso han llegado a reemplazar en más de alguna aplicación a otros materiales tradicionales.
En este ámbito, el uso de plásticos en el diseño de envases para alimentos se plantea como una de las más importantes áreas de aplicación. De acuerdo con cifras internacionales se estima que alrededor del 40% de la producción de materiales termoplásticos de origen fósil se destinan al área de envases, y de ellos gran parte es aplicado en la fabricación de envases para alimentos y bebidas.
Debido a ello, es que hoy en día es posible identificar que gran parte de estos productos están dispuestos en envases fabricados con este tipo de materiales, o bien, fabricados con una parte importante de ellos. Lo anterior da cuenta de que su uso resulta clave para entregar productos seguros, con altos niveles de calidad, y con una vida útil adecuada para satisfacer las demandas de la población.
Asimismo, es reconocido que el área de envases para alimentos es una de las más dinámicas, evolucionando constantemente con la implementación de nuevas tecnologías de procesamiento de alimentos y de exigencias del mercado. Tanto se ha avanzado en esto que en la actualidad es posible encontrar, a nivel comercial, envases cuyas estructuras constan de distintas capas de plásticos o de otros materiales con el fin de mejorar el comportamiento mecánico del envase, y más aún resguardar el paso de sustancias que son responsables del deterioro del alimento envasado, tales como, oxígeno y agua.
No obstante, esta mayor protección del alimento ha ocasionado una considerable generación de material de envasado postconsumo difícil de separar en sus componentes, impidiendo con ello el reciclaje de éstos, y causando su disposición en rellenos sanitarios o basurales, lugar en donde se acumulan debido a su nula o escasa degradación lo cual es ocasionado por la estructura química características de los plásticos derivados de recursos fósiles.
De acuerdo con cifras de la Asociación Gremial de Industriales del Plástico (ASIPLA) en su Segundo Estudio sobre Reciclaje en Chile del año 2021, de un total de 970.000 toneladas de plásticos que se consumieron en Chile el año 2020, solo el 9,6% fue reciclado, y de éste el 86% correspondió a materiales de origen no domiciliario/comercial, y el 14% restante a materiales de origen domiciliario.
Las cifras anteriores dan cuenta de un avance respecto a años anteriores, sin embargo, también indican que resulta fundamental generar estrategias que permitan incrementar de forma significativa estos indicadores. En este ámbito, la implementación desde el 16 de marzo de 2021 de la Ley de Responsabilidad Extendida del Productor, más conocida como Ley REP, resulta sustancial para generar un cambio en la sociedad chilena en su conjunto.
En ella, todos somos parte de esta política pública-privada que pretende dar un giro desde una visión de la cultura del desecho sin una opción que no sea el descarte en el medio ambiente (economía lineal) hacia una mirada de un desecho valorizado y que puede retornar a la cadena productiva (economía circular).
Lo anterior es favorecido ya que dicha ley es un instrumento económico de gestión de residuos que obliga a los fabricantes de determinados productos, dentro de ellos los envases, a organizar y financiar la gestión de los residuos derivados de sus productos con metas anuales de recolección que se irán implementando con gradualidad durante los próximos años.
Adicionalmente, la misma Ley REP explicita la importancia de generar estrategias enfocadas a la educación de la población con el fin de promover la correcta disposición y gestión de los desechos, parte no menor tomando en consideración que una parte significativa de desechos se generan en los hogares de los consumidores.
Asimismo, desde el año 2019 nuestro país es parte del Pacto Chileno de los Plásticos, instancia que establece importantes compromisos al año 2025, destacando dentro de ellos que el 100 % de envases y embalajes plásticos debe ser diseñado para ser reutilizable, reciclable o compostable, y que éstos deben tener en promedio, entre sus distintos formatos, un 25 % de material reciclado.
De este modo, nuestro país, se ha encaminado hacia políticas públicas y privadas orientadas a generar estrategias que permitan la gestión de los desechos plásticos en un entorno de economía circular con menor impacto hacia el medio ambiente.
Si bien el reciclaje es una de las estrategias más fomentadas en el último tiempo para enfrentar la problemática medioambiental ocasionada por los materiales plásticos de origen fósil, ésta no debería ser la única solución sobre la cual enfocarse. En esto la búsqueda de otras opciones con base tecnológica, también resultan válidas, y dentro de ellas es posible destacar el empleo de materiales compostables, y la implementación de estrategias enfocadas hacia el ecodiseño.
En ambos casos la aplicación de herramientas nanotecnológicas podría resultar clave en el paso desde estructuras multicapas o materiales laminados hacia materiales monocapa mediante el empleo de nanopartículas capaces de reducir la permeabilidad a gases o modificar las propiedades mecánicas del envase, o bien a través de la utilización de nanomateriales generar funcionalidades adicionales que ralenticen las velocidades de deterioro de los alimentos envasados, tales como, acción antimicrobiana, y remoción de oxígeno.
Aunque se puede comprender que exista una mirada hacia evitar el uso de materiales plásticos por parte de la sociedad, su reemplazo no es tan simple en el área de envases de alimentos. Tal como se ha indicado, este tipo de materiales han resultados claves en asegurar la calidad del alimento envasado, haciendo difícil su reemplazo a corto y mediano plazo. Más aún cuando se ponen sobre la mesa las cifras de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) que indican que, en la actualidad alrededor de un tercio de los alimentos del mundo se desperdician en las fases de producción, postcosecha, almacenamiento y transporte, lo que equivale a 1.300 millones de toneladas de alimentos.
Estas cifras destacan la trascendencia de los envases, ya que sin ellos las cifras de seguro serían aún mayores. Así el balance entre la protección del alimento, y el medio ambiente resultarán fundamentales en los próximos años, y para ello la vinculación entre el estado, la industria, la academia y la comunidad en su conjunto, serán claves para enfrentar dichos desafíos.