El pasado 22 de marzo fue el Día Mundial del Agua, celebración que fue establecida por las Naciones Unidas desde el año 1993. Quizás más que celebrar, se desea crear conciencia sobre los 2 mil millones de personas que actualmente viven sin acceso a agua potable. Un enfoque central de esta fecha es inspirar la acción hacia el Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) 6: agua y saneamiento para todos para 2030.
El foco de este año estuvo puesto en las aguas subterráneas bajo el lema “haciendo visible lo invisible”. Cuando queremos definir qué son las aguas subterráneas, decimos que es el agua que se encuentra bajo tierra en los acuíferos, que está contenida entre formaciones geológicas de rocas, arenas y gravas que pueden retener agua. El agua subterránea es una parte muy importante del ciclo hidrológico, que muchas veces desde las ciudades y de la comodidad de la infraestructura instalada se nos olvida que existe y que está almacenando el agua que bebemos.
El agua subterránea es invisible para muchos que vivimos de forma concentrada en ciudades, pero su impacto es visible en todas partes, pues cuando esta agua es contaminada puede aflorar en ríos, humedales, manantiales, mostrándonos que hubo un uso inadecuado en el transitar durante su ciclo. En los sectores más secos del mundo, puede ser la única agua que tiene la gente. Casi toda el agua dulce líquida del mundo ha sido parte del agua subterránea, que sustenta los suministros de agua potable, los sistemas de saneamiento, la agricultura, la industria y los ecosistemas.
El conocimiento de las aguas subterráneas en Chile aún es muy escaso. Probablemente en zonas de escasez hídrica y por motivos productivos, se han hecho esfuerzos para hacer “visible lo invisible”, pues su conocimiento genera herramientas para una mejor gestión del ciclo del agua y aprovechar el recurso escaso.
Por otra parte, estos largos 13 años de megasequía, silenciosamente, el agua “invisible” ha sido la reserva que ha mantenido los diferentes usos. Sin embargo, en las zonas rurales del centro sur del país se nos deja ver que el agua subterránea más accesible ya la hemos perdido, por ese motivo hoy es común tener noticias sobre el reparto de agua potable en zonas rurales a través de camiones aljibes.
Con una mediana velocidad se empiezan a presentar proyectos para conocer los acuíferos, su estructura, hidrogeología, en regiones que se tiene poco o nulo conocimiento de este compartimento del ciclo del agua. Sin embargo, estos esfuerzos son lentos y al parecer la escasez silenciosa se mueve con otra velocidad.
Por otra parte, aún no hay una política robusta que ponga énfasis para conocer la línea base de este recurso “invisible”, a fin de cuantificarlo, conocer su calidad y proyectar su uso racional bajo el concepto de balance de agua en una cuenca hidrográfica.
Llama también la atención que el problema de escasez de agua se sigue marginando solo a la “cantidad” necesaria para los diferentes usos; y está invisibilizada la importancia de la “calidad del agua”.
Solo para dejar un ejemplo, este país es de los pocos que mantiene vigente un Decreto del Ministerio Secretaría General de la Presidencia (DS 46) que “Establece una norma de emisiones de residuos líquidos a aguas subterráneas”. Bajo el escenario actual, conocer y cuidar el ciclo del agua y resguardar ecosistemas frágiles, como lo es el agua subterránea es muy relevante; sobre todo para poder generar una gestión acorde a la sensibilidad del momento que vive el país.