Lo que con estabilidad llamamos comunidad universitaria es, en realidad y como todo proceso social, uno que está hoy en construcción, atravesado por tensiones, necesidades y desafíos.
Tanto por su composición como por los contenidos que en ella circulan, nuestra universidad ha sido históricamente buen reflejo de Chile y en su comunidad es posible palpar las problemáticas y esperanzas del país.
Entre estas, los feminismos y la agenda de género, visibles con mayor fuerza durante los últimos cinco años, tienen hoy también un lugar relevante en nuestra comunidad universitaria, interpelando las prácticas, los imaginarios y los discursos.
Se cuestiona la manera en que se ha construido universidad, la configuración que tienen las trayectorias académicas, estudiantiles y del funcionariado, así como también las estructuras objetivas y regímenes de acción que determinan el cómo se accede y participa de espacios y decisiones. Junto a ello, han emergido cuestionamientos y nuevas exigencias a los cuerpos, a sus disposiciones objetivas y subjetivas, sus permisiones e inhibiciones y, por cierto, al lenguaje, al cómo nos nombramos, producimos y hacemos circular conceptos fundamentales para generar realidades.
Ha sido una irrupción tan profunda como necesaria, sobre todo para una Universidad que está al servicio del país y de la democracia, donde se cultiva una excelencia académica que no sólo se mide por su posición en ranking internacionales sino también por la capacidad de generar y transmitir el pensamiento crítico y por el respeto a la dignidad de las personas.
Sin embargo, es justo reconocer que no ha resultado simple integrar estas demandas, por lo que, valorando los avances del último quinquenio, en el futuro próximo parece imprescindible redoblar los esfuerzos.
En efecto, el tema representa un desafío de proporciones, porque más allá del mayoritario consenso discursivo sobre la legitimidad de la agenda de igualdad de género y de los progresos de reductos puntuales, estamos lejos todavía de permear todos los ámbitos universitarios y afirmar con determinación que existe perspectiva de género en la investigación científica, la docencia en las aulas, en la política universitaria y las interacciones cotidianas.
Precisamente el ámbito relacional es clave. Se trata de un clivaje donde nos hacemos cargo de la necesidad que tienen extendidos grupos que han experimentado los dolores y desigualdades de la subalteridad y la violencia de género, de hacerlas visibles y pedir transformaciones. Al mismo tiempo, es un ámbito de tensión con segmentos que, por multiplicidad de factores, generan estrategias de resistencias con las que muestran no sentirse convocados a esta nueva común unidad.
Aceptamos estar en medio de un tejido complejo donde es clave generar espacios convocantes que permitan el diálogo entre mundos que hoy están en reconfiguración, que comparten un mismo espacio universitario, pero son portadores de códigos, generaciones e idearios distintos sobre qué significa y cómo se implementa la igualdad de género y la no discriminación.
Sabemos que es una empresa mayor en la cual se requiere, como base, reconocer los privilegios que han tenido las características asociadas a lo masculino en el mundo universitario e implementar dispositivos que redistribuyan de manera efectiva el poder social. Junto a eso, se requiere también de una extendida pedagogía de la igualdad para hacer comprender que el género no es asunto de mujeres y que su agenda no es moda pasajera, sino otro estadio de la justicia social que llegó para quedarse.
Por último, se requiere que, sin hipotecar las luchas que han dado origen a este momento histórico ni la empatía profunda con quienes han y siguen padecido las desigualdades, desarrollemos también esa empatía con quienes provienen de otros paradigmas que les dificultan poner conciencia y resquebrajar la familiaridad en la que se han construido, que les lleva a invisibilizar y asumir como natural lo que son en realidad arbitrarias y dolorosas divisiones.
Sin que sea fácil es, sin embrago, el camino sustentable para construir nuevos equilibrios en la reflexividad y en las acciones, cuestión que sabemos implica a la vez e indisociablemente un ejercicio colectivo y personal. Es, finalmente, el camino para que progresivamente nos reconozcamos en sentidos compartidos y en una praxis universitaria con enfoque de género.