“Juntémonos para ponernos al día” dejó de ser una invitación espontánea y, en muchas ocasiones, se volvió una frase automática, especialmente entre jóvenes universitarios y trabajadores que pasan la mayor parte de la semana cumpliendo obligaciones.
En la actualidad, las interacciones de amistad suelen ocurrir en base de memes, compartidos de videos de redes sociales que le recuerden a la persona y conversaciones por WhatsApp que pueden ser respondidas días después.
Reunirse en un café, parque o incluso ir al cine no es algo tan fácil de lograr. Aún más complejo es "estar al día" sobre la vida de la otra persona. Una situación que es cada vez más común.
Lican Baltra, joven trabajadora de supermercado, contó a Diario Usach que organiza su vida social en base a los turnos y días libres del trabajo, lo que la obliga a planificar incluso lo más mínimo porque su tiempo está completamente contabilizado.
“Con mis amigos tenemos una buena relación, pero como cada uno está en sus cosas, se puede percibir cierta lejanía. Aun así, el lazo está firme”, explicó. Esa continuidad frágil es una postal común, con amistades que siguen existiendo, pero sin presencia cotidiana, casi en modo suspensión hasta que el horario coincida.

Fuente: Ciempiés Magazine
LA AGENDA COMO MEDIADORA
Incluso cuando la carga laboral disminuye, el hábito de administrar el tiempo ya está instalado. Baltra reconoce que su agenda hoy está más flexible, pero aun así coordinar encuentros sigue siendo complejo.
“Nos vemos dos o tres veces por semestre. Todas y todos tenemos horarios y responsabilidades distintas, por lo que cuesta coincidir”, afirmó. La espontaneidad se ha vuelto un lujo, y la planificación, la única vía posible para sostener el vínculo.
Este fenómeno responde a un contexto cultural más amplio. La optimización del tiempo —estudiar, trabajar, descansar, rendir— también se extiende a lo emocional. Las relaciones se comprimen en cápsulas: cafés de una hora, caminatas breves, videollamadas apuradas para ponerse al día antes de que el día termine.
En esas reuniones escasas, se prioriza lo urgente y lo importante, dejando atrás lo cotidiano, lo absurdo, lo que antes era la textura natural de las amistades. Lican lo describió con claridad: “Cuando nos juntamos, hablamos de lo más importante porque existe esa visión de ‘ponerse al día’. Olvidamos las cosas simples de nuestro día”. Aunque valora esos encuentros, admitió que le quedan cortos: “Conecto en ese poco tiempo, pero es insuficiente. Si hubiese más instancias, podríamos hablar de lo cotidiano”.

Fuente: Blog Da Ui!
MIRADAS DESDE LA VIDA UNIVERSITARIA
En estudiantes que migran desde ciudades pequeñas a Santiago, estas dinámicas se intensifican. Es el caso de Antonia Retamal, quien divide su vida entre la capital y su natal Frutillar, y que describe ambas experiencias de amistad como dos mundos completamente distintos.
“En Frutillar, al ser un pueblo chico donde no hay muchas cosas que hacer, todo es más tranquilo: vamos al lago, al museo, a hacer un picnic. Si queremos hacer algo más grande implica plata, tiempo, trasladarse a Puerto Montt. No es que lo queramos así, es el contexto que nos obliga”, explicó.
En Santiago, en cambio, la vida social adquiere otra velocidad: “Acá todo está más cerca, más factible. Hay opciones para todo: más barato, más caro. Es mucho más desorden, más descontrol”.
La distancia también ha significado una transformación en sus vínculos. “Muchas relaciones se quebraron porque yo no estaba allá, pero supongo que es parte de la vida”, reconoció Antonia. Sin embargo, mantiene dos amistades sólidas que han logrado sostenerse a pesar de los ritmos distintos. “No hablamos todos los días, pero cuando una se siente mal acudimos a la otra. Y cuando viajo, ellas me incluyen con sus propias amigas, me hacen parte”, comentó.
El tiempo en Frutillar es escaso y debe administrarlo con cuidado: prioriza a su familia, su casa y sus animales, por lo que coordinar encuentros se vuelve una tarea precisa. “Si me junto con mi amiga Ana, ese día tengo que hablar lo más importante y escuchar lo más importante de ella”, detalló. Allí, las conversaciones se centran en los hitos relevantes, más que en lo cotidiano.
En Santiago ocurre lo contrario. La proximidad física permite vínculos más cotidianos, aunque también marcados por la imprevisibilidad de las agendas universitarias. “Acá es más espontáneo. Como nos vemos todos los días, puedo contar cosas muy X: lo que comí, lo que hice. No tengo que esperar una instancia concreta para hablar de mí”.
Aun así, esa espontaneidad le resulta desafiante: “Me ha costado pasar de Frutillar, donde todo es coordinado, a Santiago donde todo es tan espontáneo. Yo cuido mis tiempos, la universidad, mis estudios… entonces igual me complica”.
Muchos encuentros dependen del azar: un turno cancelado, un hueco inesperado en la rutina de alguien, un cambio de planes de último minuto. “Si a un amigo le cancelan un turno, nos juntamos. Si una amiga justo no ve a su pololo, aprovechamos. Todo es así, al vuelo”, contó.

Fuente: MUBI
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Teresa Pérez, socióloga, académica de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Santiago y doctora en Estudios Americanos, observó que la lógica productiva también coloniza el tiempo afectivo.
Cuando las relaciones interpersonales transcurren entre turnos rotativos, horarios académicos, notificaciones y cansancio acumulado, la amistad comienza a vivirse como una tarea que requiere planificación.
“Planificar encuentros como si fueran obligaciones hace que el vínculo se alimente menos y que a mediano plazo aumente la soledad y el cansancio. También advierte que el vínculo social pierde calidad cuando se aplaza una y otra vez hasta que la instancia nunca llega”, señaló.
Pérez también comentó que la calidad del vínculo social no depende solo de la presencialidad, sino de la profundidad y la confianza con que se comparte. Las redes sociales intensifican la ilusión de cercanía. Vemos fotografías, historias, logros y frustraciones ajenas a través del celular, pero esa información no siempre se convierte en conversación.
“La cercanía no se mide por la cantidad de mensajes ni por la frecuencia de likes, sino por la naturaleza del intercambio, y la nostalgia por amistades más presenciales es más fuerte en quienes crecieron en vínculos cara a cara, aunque cualquier generación puede desarrollarlos si cuenta con herramientas comunicativas que los enriquezcan.”
Volver a “compartir la vida” no implica recuperar la intensidad adolescente ni hablar todos los días, sino reinsertar la amistad en el flujo de lo cotidiano: un audio corto, un mensaje sin agenda, una llamada sin objetivo, un gesto que no busque optimizar nada. Pequeñas presencias que sostienen el vínculo incluso cuando no hay tiempo para verse.
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