De los últimos nueve partidos, la Universidad de Chile empató uno y perdió ocho. Esa magra cosecha los tiene instalado en lugares peligrosos de la tabla de posiciones, no demasiado lejos de los que pelean descenso y promoción y a cuatro fechas del final del certamen.
La prolongación de la tempestad interna de la U ya lleva tres temporadas. Cuando se dio por finalizado el torneo del 2019 los azules estaban en el penúltimo puesto, aunque aún restaban seis fechas para el cierre. En el 2020 si bien termina tercera en la tabla general, debió arrastrar todo el año la ponderación del 60%-40% que le permitió sacar la cabeza de las fauces del descenso recién en la penúltima jornada.
Y este 2021, cuando parecía navegar con aguas relativamente calmas, vino un descalabro que no lo
imaginó ni el más pesimista de los hinchas. Pero la pregunta que encabeza esta columna va dirigida a un tema mucho más profundo que salvar la categoría.
Universidad de Chile corre un riesgo aún mayor que irse a la B. Corre riesgo de un desplome institucional de consecuencias insospechadas. La catástrofe es multifactorial. Comenzar a enumerar los flancos abiertos incluiría la nula coherencia deportiva en el tiempo (a la primera mala campaña se comienza de cero), dueños que responden a intereses caprichosos, accionistas que ocultan su identidad bajo el paraguas de un enigmático fondo de inversión, gastos millonarios en comisiones arepresentantes que durante años reforzaron al plantel con jugadores caros y discretos, la mala elección de las contrataciones.
No hay modo de encontrar una salida auspiciosa si el diagnóstico es errado. No hay manera de trazar una ruta si la U sigue en manos de intereses que van muy lejos de la identidad, la historia y la tradición de una institución que lleva el nombre de la organización más importante de la República.
Mientras quienes toman decisiones sigan pensando que estos factores no influyen, seguirán tardándose en dar el primer paso hacia una reconstrucción sostenida o, en este caso, al menos a mantenerse a flote. Hace una década Universidad de Chile ganó la Copa Sudamericana y parece que fue hace mucho más que diez años.
El contrato de concesión de Azul Azul deja sin margen a los hinchas, quienes no tienen ninguna representación en el directorio. Es decir, el aficionado sólo debe mirar a distancia como digitan el club personeros que toman tan malas determinaciones que llega a ser sospechoso.
Se ha especulado con la presencia de representantes en la propiedad, algo que el principal aludido
Fernando Felicevich ha desmentido con insistencia. La artimaña que usan los agentes es controlar los equipos a partir de sumar muchos jugadores e intervenir en su desarrollo, pero jamás comprar acciones.
Ese no es el negocio. Lo hacen muchos agentes de la plaza, no sólo Felicevich. Morales, Ogalde, Leclerc, Valenzuela, Jiménez, Bragarnik. No son los dueños. No hay papeles firmados. No son asesores. No son nada, pero a la vez controlan uno de los activos más relevantes: los futbolistas. El panorama azul es tan complejo que descender de categoría no es lo peor que le puede pasar.