La historia y la memoria de la controvertida banda británica de punk “Sex Pistols” es objeto de un amplio conflicto y rivalidades. Excepto el baterista, Paul Cook, todos los otros integrantes -John Lydon, Glen Matlock y Steve Jones- publicaron sus memorias.
Los libros abundan, pero England’s Dreaming (Jon Savage, 1991) es, probablemente, el más amplio y preciso. Qué decir del cine, que abordó la biografía del grupo y sus integrantes al menos en tres oportunidades: en Sid and Nancy (Alex Cox, 1986), The Great Rock and Roll Swindle (Julien Temple, 1980) y el documental The Filth and the Fury del mismo director (2000).
Otra ficción se sumó en 2022, esta vez en formato de miniserie (6 capítulos, entre 45 y 55 minutos): “Pistol” (FX, Starplus). Dirigida por Danny Boyle (Trainspotting, Slumdog Millionaire, entre muchos otros), se inspira en el libro del guitarrista y fundador de la banda, Steve Jones, “Lonely Boy: Tales From a Sex Pistol” (2016).
La serie reavivó los conflictos de la banda. John Lydon (el vocalista Johnny Rotten) atacó la producción en tribunales, sin lograr hasta ahora que se retire la ficción del streaming. Sin abordar directamente estas disputas, propongo cuestionar la verosimilitud misma de la narrativa, es decir, “un mecanismo estético-narrativo que recurre a imaginarios sociales del presente y con los que se consigue un efecto de realidad en la representación” (Salinas, Stange, Santa Cruz y Kulhman, 2020), sobre la base de un trabajo más analítico que biográfico. No se trata de distinguir la realidad de la ficción (para tal, leer aquí), sino de comprender cuáles son las resonancias históricas que tiene la serie.
Mi argumento es que, no obstante todos los esfuerzos técnicos de ambientación, la serie carece de verosimilitud al no lograr tomar un camino claro entre una historia social de la Inglaterra de la década de 1970, cierta mitificación de la banda y la interpelación del presente y los telespectadores.
El trabajo fílmico es, sin duda, notable. El grano de la imagen reproduce los avances técnicos de la época y los mismos videoclips de la banda. La iluminación, los colores, la ropa, el maquillaje y la actuación mimetizan el cuestionamiento del orden y el futuro que encarnó el grupo. Pero el estilo documental que buscan los directores y el equipo de producción no funciona.
Fuera de algunas alusiones o guiños referenciales al Reino Unido de los ‘70s, no se propone un contexto social, cultural y económico suficientemente fino para entender cómo el movimiento punk arrancó y explotó. Sólo entrega información socioeconómica sobre los integrantes del grupo, tampoco entrega elementos de comprensión sobre los orígenes y el desempeño de la banda. Esta última encarna todo: la miseria, la ruptura generacional, la energía de la furia… pero sin vínculos profundos con un momento histórico muy particular, a nivel nacional, europeo e internacional. Es más decepcionante aún, cuando el cine y las series británicas nos acostumbraron a un trabajo histórico preciso y denso que ofrecía familiaridad histórica al movilizar experiencias y saberes compartidos.
Una de las razones de este fracaso reside probablemente en que Boyle es un aficionado a los “Sex Pistols”. Leyendo material para preparar esta columna, me percaté de dicha fascinación. Sin lograr ponerla a distancia, el director se ubica como un testigo y mitifica a la banda, precisamente lo contrario de su intención.
Es algo frustrante porque Boyle nos ha acostumbrado a narrar las juventudes fracasadas con mucho talento. En este caso, queda atrapado en la mirada fanática sobre la revolución del punk y sobre el impacto del grupo, cuando las narrativas seriales contemporáneas más fascinantes evitan, precisamente, estos binarismos. Encarnación de esta deriva, el gesto creativo de los Pistols parece de una sorpresiva sencillez, incluso para una banda de punk.
En este sentido, hay decisiones narrativas que no contribuyen a construir la verosimilitud histórica de la serie. Además de simplificar el proceso de la creación musical, hay personajes sobredimensionados, como es el caso, a mi juicio, de Chrissye Hynde que, si bien ha sido una música y cantante importante de la new wave, no tuvo tanta importancia en la historia de los Sex Pistols como la serie retrata. Ella misma lo reconoce. Probablemente no era posible, hoy día, programar una serie de ficción sin un personaje femenino fuerte que, además, sea música.
La resonancia supera la verosimilitud. La serie tiene un discurso implícito que remite a la sociedad de hoy: rupturas generacionales, problemas de género, pobreza, críticas ácidas a las élites y al presentismo… Sin embargo, este carácter implícito, e incluso forzado, de supuesta actualidad es problemático porque no interpela al público sobre el devenir del mundo ni sobre la actual sensación de estancamiento.
Para terminar, una última paradoja: Después de este argumento desalentador sobre los problemas de verosimilitud de “Pistol”, vale la pena dedicar cinco horas para ver esta miniserie de ficción (asumiendo, en efecto, que es ficción y que superpone varios textos). Vale la pena tanto por la música como por el dispositivo fílmico, y vale tanto para la fanaticada de los Sex Pistols como para los que quisieran descubrir la banda.