Dicen los viejos cronistas del periodismo deportivo que los artículos del partido de fin de semana se pueden escribir por adelantado. Sea derrota, empate o triunfo, una plantilla que narre la historia y los comentarios de jugadores/as post encuentro se puede crear por adelantado. En otras palabras, el relato es predecible. Las reacciones a las que la prensa somete a quienes estuvieron en la cancha, también: “Bueno, estamos muy contentos por el trabajo de la semana, que se vio demostrado en estos 90 minutos donde lo dimos todo y gracias a Dios nos llevamos los tres puntos”.
Lo mismo pasa en Semana Santa, en un fin de semana largo, el 18 de septiembre, para la Parada Militar, cuando se acumula el pozo del Loto. Podemos anticipar qué tipo de notas se harán y donde se pondrán los énfasis. Periodistas despacharán desde el terminal pesquero la fiscalización de mariscos y pescados; se hablará de aglomeraciones en el terminal Alameda y mostrarán los tacos en la carretera; se alabará el profesionalismo de las Fuerzas Armadas y nos mostrarán a un famoso marchando como reservista; se evaluarán las cuentas alegres o tristes de los fonderos, y conoceremos la fiebre por los millones. En pleno paseo Ahumada, un peatón tendrá que responder “Y usted, ¿qué haría usted si se gana el pozo acumulado?”
Los medios, en sus distintas variantes, trabajan con moldes y formas de aproximarse a la realidad que no son naturales, sino que son parte de una cultura periodística con rasgos, en el caso chileno, bastante evidentes. Podemos mencionar algunas como no dañar a reales o potenciales auspiciadores, construirse desde el ciberanzuelo (clickbait, en inglés) y la pulsión del Breaking News; entender lo público como lo institucional; avanzar más en la ratificación de sus certezas que en el diálogo que le mueva de su posición, e imponer condiciones para ejercer el habla en la lógica de la espada y la pared: si no me respondes una pregunta como quiero, no eres quien dices ser; si no hablas como espero de ti, los zapatos que dices usar no te corresponden; y si tu narración no llena lo que espero que llenes, no apareces más.
Frente a este escenario, qué hace un gobierno que, vistiendo otras ropas, queriendo instalar otros sentidos, e iniciar conversaciones de otro tipo - distintas a las de la vieja política, al menos en lo expresado - se ve interpelado de la misma manera que aquella denominada vieja política.
La pregunta, y la respuesta, no son nuevas. Al inicio del retorno a la democracia, en 1990, la estrategia comunicacional de la Concertación, que lideraba Patricio Aylwin, fue hablarle a El Mercurio, someterse a ese régimen de visibilidad, contar el proceso de su día a día e historia a través de las páginas de dicho medio. Tal apuesta comunicacional fue un signo que caracterizó el tranco de la transición. Hubo razones, más o menos legítimas, para apostar por ese camino. La pregunta, hoy, es cuál será la estrategia de Boric frente a ese poder disciplinante.
Sí, disciplinante. La literatura nos dice que en los medios de comunicación y, sobre todo, las prácticas mediáticas y periodísticas establecidas como maneras de mediar y retratar la realidad, hay un disciplinamiento que norma tanto a quien ejerce el periodismo y es educado para ello (rol que juegan las escuelas que forman profesionales de una manera y no de otra) como a quienes se someten a dicho régimen de visibilidad. Así, para quien es auscultado por parte de los medios de comunicación, el espacio discursivo y comunicacional para hablar, narrar y ser visible de una manera diferente, no habitual, innovadora, o como le quiera llamar, se ve tensionada por las formas y estructuras que la cultura medial preeminente establece para vincularse con la autoridad en un contexto que, sin duda, es mucho más acelerado que en los tiempos de Aylwin.
Y en esta tensión, resulta fascinante ver de qué manera la administración Boric va a navegar tales aguas mediáticas: si se ciñe a los términos de referencia habituales de los medios de comunicación y se viste con las ropas presidenciales de los últimos 30 años, o si es capaz de permear con sus términos el espacio medial y mostrar los colores, cortes y texturas de sus propias ropas. En 2011, la generación que hoy encabeza La Moneda, desafió con éxito la manera en que los medios de comunicación trataban a las mujeres, desarticuló la idea que la educación se concibiera como un bien de mercado, y articuló la idea de que actores no institucionales tenían toda la legitimidad de ser actores políticos. Lo hizo con arrojo y consistencia. Hoy, cuando tabloides de importante circulación, acusan a Boric y a la Convención de todos los males habidos y por haber, lo de 2011 se vuelve un buen ejemplo al cual volver.
De no lograrlo, tal como en un partido de fútbol que ha terminado, podremos anticipar el discurso que ministras, ministros, presidente, subsecretarias, darán frente a los micrófonos, repitiendo la misma forma de ser visibles y lucir presidenciales, institucionales, sin mayores diferencias de lo que hicieron en La Moneda los gobiernos de los últimos 30 años. Como lectores, visores, escuchantes, nos daremos cuenta cuando podamos predecir lo que se dirá y cómo se responderá, o, muy por el contrario, nos veamos sorprendidos por una administración que desarticula viejas y articula nuevas formas y sentidos de la comunicación, haciendo finalmente aparecer, parecer y - en nuestra realidad híper mediada - ser algo que podamos evidenciar como nuevo, distinto, mejor, más cercano, más humano y menos anclado en una política que, una vez apagados los fuegos eleccionarios, debe volver a interpelar.