No hubo Navidad de 1973 para las familias Christie Bossy y Palma Moraga, y las que vinieron tampoco fueron más lo mismo: la tarde del 24 de diciembre, los pequeños de ambas casas, Jimmy y Rodrigo, de 7 y 8 años, respectivamente, desaparecieron mientras jugaban cerca de una zona custodiada por el Ejército chileno en plena dictadura.
“La noche del 24 no se vivió. Ya no supimos más lo que era dormir”, relata a EFE Eugenia Moraga, de 87 años, madre de Rodrigo y única familiar directa y con vida de los dos niños que por estos días cumple 50 años sin su hijo, los mismos que se conmemoraron del golpe de Estado de Augusto Pinochet.
“Cuando lo fuimos a buscar para bañarse, no lo encontré en el antejardín; corrí a la esquina y Rodrigo ya no estaba. Fui a la casa de Jimmy y tampoco estaban. Nadie vio a los niños”, recuerda Eugenia desde su casa, donde atesora sus fotos y recuerdos.
“La noticia corrió entre los vecinos esa noche y el pánico se sembró”, rememora. La última vez que los vieron con vida jugaban en un camino, cerca de sus casas en la ciudad de Coquimbo (norte), próximo a los estanques de una compañía petrolera que permanecían custodiados por los militares por ser infraestructura crítica.
Sus cadáveres fueron encontrados casi cuatro años después con signos de violencia por una niña que jugaba en el mismo sector que había sido rastreado durante el primer período de búsqueda e investigación.
Denuncia por torturas
A la tragedia de perder un hijo, se sumaron los interrogatorios y torturas que los familiares denunciaron haber sufrido por parte del Ejército, que quedó a cargo de la investigación de los hechos: “Querían poder decir que nosotros los matamos”, dice Eugenia. Hay una causa abierta en la Justicia contra los militares por estas acusaciones.
Las familias, en cambio, siempre creyeron que fueron precisamente los uniformados que custodiaban la zona quienes estuvieron detrás de la desaparición de los dos pequeños, más allá de otras versiones que circularon como el secuestro o una caída en el socavón donde fueron encontrados.
Eugenia confiesa que nunca perdía la esperanza de encontrar a Rodrigo: “Siempre miraba por todas las casas, por si veía su ropa colgada, miraba y miraba, siempre con los ojos abiertos”.
Cuando encontraron los cuerpos, "me eché a perder", recuerda.
50 años en la justicia
La desaparición y muerte de Jimmy y Rodrigo lleva 50 años en la Justicia. El tiempo transcurrido desde esa Nochebuena ha dificultado esclarecer la causa de la muerte y sus responsables. Con tres exhumaciones a cuestas, la Justicia baraja distintas hipótesis, pero ninguna concluyente hasta hoy.
Tras las primeras denuncias en vano aún en dictadura, a finales de la década de 1970, el caso se cerró y fue reabierto en 2000 por insistencia de Eugenia. “Ya hace mucho que lucho por los dos“, dice. Un nuevo carpetazo lo mantuvo otra vez apartado hasta 2019.
“Tenemos confianza en que la Justicia y la verdad podrán establecerse”, comenta a EFE el abogado de Eugenia Moraga, Hernán Fernández. Según él, hay avances en la investigación de “los rastros biológicos en los cuerpos de ambos niños” y de “los delitos de tortura cometidos por agentes del Estado”.
“Una madre que no ha claudicado”
El caso de Jimmy y Rodrigo revive más que nunca cada Navidad. Este año, en motivo de los 50 años de la desaparición, se estrenó el cortometraje “Los ángeles de Guayacán”, de los documentalistas Aukaleb Ankaro y Cristian Lagos, que relata la historia y su impacto en la familia y el barrio.
“Quisimos mostrar a esa madre que a los 87 años no ha claudicado en ningún momento y no ha perdido las esperanzas de hacer justicia, aún sabiendo que, por toda la información que falta y lo complejo del caso, posiblemente nunca haya justicia”, cuenta a EFE Lagos.
Cifras reveladas recientemente por la Defensoría de la Niñez arrojaron que 150 niños y adolescentes fueron ejecutados durante la dictadura de Pinochet (1973-1990), y otros 40 fueron víctimas de desaparición forzada. Más de 950 sufrieron prisión política y torturas y un centenar de menores estuvieron encarcelados con un adulto.
“Le he pedido a Dios que me deje terminar este juicio y que se gane”, dice Eugenia ante las expectativas por los avances investigativos. Después de eso, cierra, “no le tengo miedo a partir porque me voy a ir a encontrar con mi hijo y mi viejo (marido), que es lo que sueño”.
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