Asomada al Pacífico, la bahía de Quintero-Puchuncaví era apenas un villorrio habitado desde la última glaciación en el que descansaba una de las postas finales del llamado "camino Inca" cuando el conquistador Pedro Valdivia la pisó por primera vez y se la entregó a uno de los sobrinos del papa Julio II.
Una larga playa y ensenada del litoral central dedicada a la agricultura y pesca tradicional, rica en fauna y flora, hasta que en 1958 el entonces Gobierno de Chile tomó una decisión que más de medio siglo después la ha convertido en uno de los lugares más contaminados del mundo.
Un "área de sacrifico ambiental" en el que el desarrollo industrial prevalece sobre la salud y la vida de los ciudadanos, envuelto a diario en una tóxica nube de "smog" que causa lluvia ácida e intoxicaciones masivas como la que esta semana afectó a más de 150 personas, en su mayoría niños, y obligó a parar la vida.
A lo largo de la playa, donde los Incas desarrollaban su comercio, ahora se alinean 18 industrias altamente contaminantes que vierten a la atmósfera miles de millones de partículas de dióxido de azufre y que se deshacen de sus venenosos residuos sobre un océano que hasta hace solo unos años era un paraíso de biodiversidad.
Restaurantes con mesas vacías, paseos costeros sin turistas, una pequeña caleta de pescadores atendiendo a un puñado de clientes locales y una empobrecida cadena de comercios sobrevive bajo las columnas de vapor, gas y metales pesados que liberan fábricas concentradas en menos de ocho kilómetros de costa.
No es la única. Hay otras cuatro "zonas de sacrificio" en Chile: Coronel, Huasco, Mejillones y Tocopilla, pero sí la más deteriorada y tristemente famosa porque las intoxicaciones masivas se repiten sin que parezca que se quiera atajar el problema.
En 2018 fueron 1.700 los afectados. Entonces, como esta semana, la escena habitual fueron ambulancias y carros de bomberos que se apostaron fuera de colegios para atender la emergencia: mareos, dolores de cabeza, vómitos, desmayos y una gran indignación entre los habitantes.
INTOXICACIONES MASIVAS
"Es terrible que se te intoxique un hijo, que le salga sangre de narices, que se desmaye, que no sienta las piernas porque se expuso a la contaminación", comentó a Efe la vocera de Mujeres de Zonas en Sacrificio en Resistencia Quintero-Puchuncaví, Katta Alonso.
Resulta complejo determinar responsables porque no todos los gases están regulados por la ley. Las industrias suelen culparse unas a otras, aunque diversas investigaciones apuntan a que el dióxido de azufre y el material particulado sobrepasan los límites normados.
A los residuos de la fundición de cobre que funciona junto a la playa se han sumado a lo largo de los años una ola de derrames petroleros, prolongando un conflicto entre pescadores y la Empresa Nacional del Petróleo (ENAP).
En 2014, la rotura de una conexión entre un buque y el terminal de puerto produjo, según un informe de la Gobernación Marítima, el vertimiento de 38.700 litros de petróleo, el primero de una serie de derrames que continúan hasta hoy.
"Estamos en una situación gravísima. Lo que pedimos es que de una vez por toda se cierren las empresas más contaminantes y se hagan estudios de impacto ambiental", apuntó Alonso.
La presencia de metales pesados y gases tóxicos ha sido constatada por diversos organismos: el Colegio Médico, organizaciones no gubernamentales e investigaciones del Estado.
Un estudio de la Universidad Católica y la fundación Chile Sustentable determinó que los habitantes de zonas con termoeléctricas se enferman hasta cuatro veces más que la media nacional, con cuadros respiratorios, cardiovasculares y tumores malignos.
UN PASADO DE SUELOS Y COSTAS FÉRTILES
"Toda nuestra vida ha estado condicionada durante los últimos 50 años", afirmó a Efe el dirigente vecinal Juan Pablo Arancibia, a pocas cuadras de uno de los colegios afectados por la nueva intoxicación.
"Nunca se puede encontrar la fuente emisora de la contaminación, las sanciones nunca llegan y eso provoca mucha frustración en la población, que ve que esto se naturaliza", agregó.
La transformación de esta bahía, otrora un reconocido lugar de veraneo, empezó en 1961, con la fundación del parque industrial Ventanas en un contexto de fomento productivo impulsado por el Estado.
La lluvia ácida suprimió la fertilidad de la tierra, reduciendo en un 99 % la superficie cultivada entre 1964 y 2007; después se deterioró el mar, que antes ofrecía una abundante pesca, y luego empezaron las enfermedades.
"Teníamos una calidad de vida muy buena, preciosa. Nuestras playas tenían arenas blancas, dunas. Hoy no queda nada", aseguró Alonso.
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